martes, 17 de agosto de 2010

Juegos de Azar

Busco algo desaforadamente, pero trato de pensar en que va a llegar solo; sin embargo la ansiedad me gana, y lo sigo buscando, aunque sea inconcientemente. Cuando por fin encuentro lo que busco, hago lo posible para que sea mío, tal vez por caprichosa y consentida, pero insisto hasta conseguirlo. Poco a poco logro acercarme a ese "objetivo" de la forma más sutil y desapercibida, y para eso pongo mucho empeño.
Lo consigo. Lo tengo casi en mis manos. Casi. Un poco más y es mío.
Pero también otra persona busca lo mismo que yo. Entonces ahí aparece la rivalidad. El "versus". Los oponentes.
¿Qué hago? ¿Sigo buscando lo que quiero, o se lo dejo a la otra persona? ¿Qué es mejor? Y así surgen muchas dudas más. Dudas que son causas de mi indecisión e inseguridad.
Pero cuando decido seguir adelante, aparece otra persona más con mi mismo objetivo. Otro rival más. Pero sigo insistiendo porque aún creo poder conseguirlo.
E insisto. Intento. Peleo y pongo lo mejor de mí. Tal vez no lo mejor, pero lo que puedo poner. Y veo un logro. Veo que cada vez me acerco un poco más.
Sin embargo trato de olvidar a mis rivales, porque así se me hace más fácil. Pero no me doy cuenta que mientras yo hago mi jugada, ellos también hacen la suya para conseguir lo mismo que yo.
¿Cuál es el objeto de conseguir lo que quiero? ¿Felicitarme a mí misma por alcanzarlo, o demostrarle a los demás que lo pude alcanzar? ¿Acaso lo busco sólo para demostrar de lo que soy capaz de lograr, o para satisfacerme a mí misma? Más dudas. Más inseguridades. Pero cada una de estas preguntas son las que me ayudan a reflexionar por qué hago lo que hago, y si lo que hago es lo que quiero hacer.
Y cuando estoy consiguiendo lo que busco, me doy cuenta que no es lo que quería realmente. Que no lo deseo tanto. Pero sigo insistiendo porque se que me falta poco para tenerlo y rendirme en este momento del juego sería acobardarme. Entonces sigo tirando los dados. Sigo sacando números altos y avanzando cada vez más rápido. Pero esa es mi ficha, la amarilla, mientras que la de uno de mis oponentes va mucho más rápido y ya casi llega, y la del otro se atrasa, se va quedando atrás. ¡Bien! ¡Uno menos! Ahora solo me queda luchar a la par del primer contrincante.
Sigo intentando. Ya poco me queda para llegar a la meta, pero en los dados solo saco números bajos: 1, 2, 3...
mientras que mi rival saca: 6 y 5. ¿Qué hago? Veo que me quedo atrás. Me están ganando. ¿Acepto perder? ¿Me doy cuenta que probablemente no llegue a conseguir lo que quiero? El solo hecho de pensarlo me pone los pelos de punta. No puedo perder. No debo perder.
Pero ya solo quedan 5 casilleros. Sólo 5. Mientras que al otro le quedan 2. Sólo 2. Puedo tener la suerte de tirar el dado y sacar un 3 y en mi próximo turno un 2. Pero puede que mi oponente saque un 2 directamente, y me gane.
¿Qué hago? La indecisión me mata. La ansiedad también. ¿Paro el carro acá? ¿Tiro el dado y que salga lo que salga? Por suerte me toca tirarlo a mí primero, y tal vez saque un 5 de una. Pero... ¿Y si sale un 2? ¿Si sale 4? ¿Sigo esperando a que me toque lo que me toque aunque el otro me gane?
Pero tirar los dados es un juego de azar, y el azar forma parte de lo impredecible. Lamentable es que mi objetivo no lo puedo conseguir con un simple par de dados.