domingo, 29 de agosto de 2010


Fui consumiendo infiernos para salir de vos,
Intoxicada, loca y sin humor.

Desenlace en un cuento.... de terror.


martes, 17 de agosto de 2010

Juegos de Azar

Busco algo desaforadamente, pero trato de pensar en que va a llegar solo; sin embargo la ansiedad me gana, y lo sigo buscando, aunque sea inconcientemente. Cuando por fin encuentro lo que busco, hago lo posible para que sea mío, tal vez por caprichosa y consentida, pero insisto hasta conseguirlo. Poco a poco logro acercarme a ese "objetivo" de la forma más sutil y desapercibida, y para eso pongo mucho empeño.
Lo consigo. Lo tengo casi en mis manos. Casi. Un poco más y es mío.
Pero también otra persona busca lo mismo que yo. Entonces ahí aparece la rivalidad. El "versus". Los oponentes.
¿Qué hago? ¿Sigo buscando lo que quiero, o se lo dejo a la otra persona? ¿Qué es mejor? Y así surgen muchas dudas más. Dudas que son causas de mi indecisión e inseguridad.
Pero cuando decido seguir adelante, aparece otra persona más con mi mismo objetivo. Otro rival más. Pero sigo insistiendo porque aún creo poder conseguirlo.
E insisto. Intento. Peleo y pongo lo mejor de mí. Tal vez no lo mejor, pero lo que puedo poner. Y veo un logro. Veo que cada vez me acerco un poco más.
Sin embargo trato de olvidar a mis rivales, porque así se me hace más fácil. Pero no me doy cuenta que mientras yo hago mi jugada, ellos también hacen la suya para conseguir lo mismo que yo.
¿Cuál es el objeto de conseguir lo que quiero? ¿Felicitarme a mí misma por alcanzarlo, o demostrarle a los demás que lo pude alcanzar? ¿Acaso lo busco sólo para demostrar de lo que soy capaz de lograr, o para satisfacerme a mí misma? Más dudas. Más inseguridades. Pero cada una de estas preguntas son las que me ayudan a reflexionar por qué hago lo que hago, y si lo que hago es lo que quiero hacer.
Y cuando estoy consiguiendo lo que busco, me doy cuenta que no es lo que quería realmente. Que no lo deseo tanto. Pero sigo insistiendo porque se que me falta poco para tenerlo y rendirme en este momento del juego sería acobardarme. Entonces sigo tirando los dados. Sigo sacando números altos y avanzando cada vez más rápido. Pero esa es mi ficha, la amarilla, mientras que la de uno de mis oponentes va mucho más rápido y ya casi llega, y la del otro se atrasa, se va quedando atrás. ¡Bien! ¡Uno menos! Ahora solo me queda luchar a la par del primer contrincante.
Sigo intentando. Ya poco me queda para llegar a la meta, pero en los dados solo saco números bajos: 1, 2, 3...
mientras que mi rival saca: 6 y 5. ¿Qué hago? Veo que me quedo atrás. Me están ganando. ¿Acepto perder? ¿Me doy cuenta que probablemente no llegue a conseguir lo que quiero? El solo hecho de pensarlo me pone los pelos de punta. No puedo perder. No debo perder.
Pero ya solo quedan 5 casilleros. Sólo 5. Mientras que al otro le quedan 2. Sólo 2. Puedo tener la suerte de tirar el dado y sacar un 3 y en mi próximo turno un 2. Pero puede que mi oponente saque un 2 directamente, y me gane.
¿Qué hago? La indecisión me mata. La ansiedad también. ¿Paro el carro acá? ¿Tiro el dado y que salga lo que salga? Por suerte me toca tirarlo a mí primero, y tal vez saque un 5 de una. Pero... ¿Y si sale un 2? ¿Si sale 4? ¿Sigo esperando a que me toque lo que me toque aunque el otro me gane?
Pero tirar los dados es un juego de azar, y el azar forma parte de lo impredecible. Lamentable es que mi objetivo no lo puedo conseguir con un simple par de dados.

viernes, 13 de agosto de 2010

Alba y Ocaso

¡Qué maravilloso es ver salir el sol! ¡Qué espectáculo es verlo esconderse!
¿Por qué a tanta gente le gusta sacar fotografías de un amanecer o de un ocaso? ¿Sólo como una manera de recordarlo?
Para mi modo de ver, ver salir el sol por la mañana es algo único e irrepetible, por más cotidiano que sea. Es incluso más cotidiano que desayunar. ¿O acaso desayunamos absolutamente todos los días? El alba es el momento del día en el que el sol decide despertar y brillar de nuevo en cada sector del hemisferio. Amanecer es despertar. Es por eso que a veces nos preguntan ¿Qué tal has amanecido hoy?, porque el amanecer es volver a abrir los ojos, y retomar esa vida que llevamos día a día. El sol al despertarse nos invita a vivir un nuevo día, que ni de casualidad será igual al anterior. Cada día es diferente a los demás. Tal vez por eso llevamos la cuenta de los días que vivimos, y así nunca volverá a haber un 16 de Abril del 2000, o un 4 de Mayo del 1990, porque todos los días son diferentes. Para aprender a vivir solo hay que aprender a despertarse, a amanecer. Y de hecho, el vivir se aprende solo. Cada día que nos abrimos al mundo, que amanecemos, aprendemos a vivir otro día.
Ver al sol ocultarse es también algo inigualable, pero también muy cotidiano. Es lo que llamamos el atardecer, o el ocaso. El ocaso es aquel momento en el que el sol ya no necesita seguir brillando, porque es el turno de que brille la luna junto con las estrellas. De hecho es el sol el que le brinda ese brillo a la luna, ya que ella por sí sola no puede brillar. ¿Pero por qué decide hacer esto el sol? Simplemente nos quiere mostrar el final de una etapa, el final del día que se vivió, para poder dar comienzo a otro nuevo día. Este proceso por así decirlo es tan normal como respirar aire. Es tan normal como vivir. ¿Pero qué es lo que lo hace tan normal? El hecho de que ocurra siempre, y que no pare de suceder. Pero el sol no es realmente el que se mueve, de hecho somos nosotros los que estamos en continuo movimiento. El sol permanece quieto en su cama, descansando, mientras nosotros aprendemos a vivir cada día gracias a su brillo natural. ¡Qué manera tan ridícula de personificarlo! ¿Por qué decimos entonces que se despierta y se vuelve a dormir, si no hace ninguna de las dos realmente? Pues somos nosotros los que lo hacemos, y lo queremos reflejar en el sol. A veces no vemos nuestro propio brillo y resaltamos el brillo del otro, o viceversa, pero en realidad cada uno tiene su propio brillo natural, y no necesitamos del sol para brillar como lo hace la luna.
Si esque nunca has visto el amanecer en el mar, deberías verlo, pues es tan hermoso como el poder oír.
Si nunca has visto el ocaso en el mar, deberías verlo, pues es tan bello como cantar.
Si por esas casualidades nunca has mirado el amanecer en una montaña, hazlo, porque es lo más hermoso que vas a poder mirar.
Si esque nunca has podido ver el ocaso en una montaña, hazlo también, porque nunca jamás te lo vas a olvidar.
Y si alguien viene algún día con una pregunta curiosa como: ¿Qué prefieres, el amanecer en el mar o en la montaña? Lo único que deberías hacer es ignorarla, porque no hay respuesta posible para esa pregunta.
Inefable es entonces ver el alba y el ocaso en cada lugar de la Tierra.