
Cuando te regalan un juguete nuevo, lo primero que haces es sonreír. Luego abres la caja y sacas tu juguete, e inmediatamente le das un uso, aunque no sepas cuál.
Tal vez lo que te regalan es un abridor de latas. Pero siendo chico, no le darás ese uso, sino el de un avión de guerra.
Tal vez lo que te regalan es rimmel para los ojos. Pero siendo chico, no le darás ese uso, sino el de un micrófono para cantar.
O quizá lo que te regalan es un verdadero juguete: un teléfono con musiquita. Pero aunque sepas que no sirve para comunicarte, inmediatamente levantarás el tubo y dirás: "Hola? Si? Hablo con la doctora Marisa? Quisiera un turno para mañana a primera hora para mi bebé Caro" Porque eso hacemos cuando somos chicos. Imaginar. Ver la vida desde otro punto de vista. Desde el punto de vista IRREAL, FANTÁSTICO, IMAGINARIO.
Y no es un error verlo así, ya que los niños son humanos indefensos y a la vez inocentes. Son ellos los más capaces de crear. Porque es la etapa en la que nada pasa, y todo puede pasar. Es por eso que cuando un niño ve un juguete, sonríe. Porque es lo que le genera felicidad. Sonríe por haber conseguido lo que quería. Por tener lo que le hace feliz.
Sin un juguete, el niño pierde su capacidad para imaginar. ¿Y de qué le sirve tener esa capacidad? Bueno, justamente porque sin imaginación no hay un cuento. Para crear un cuento, debe haber imaginación.
Son los niños los que crean los cuentos. Porque todos somos niños. Es decir que todos nosotros creamos nuestro cuento, nuestra historia. Sin juguete, no hay imaginación. Sin imaginación, no hay historia. Sin historia, no hay pasado, ni presente, ni futuro.
Por eso escuchamos normalmente la frase: Nunca le quites un juguete a un niño.